Para
superarse hay que aprender a soñar. Para soñar hay que vivir en la realidad.
¿Cuantos
de nosotros no hemos soñado?
Transportase a un mundo imaginario es poder
crear una vida, un universo y un tiempo a nuestro antojo; sin restricciones,
sin tropiezos, sin la necesidad de poseer bienes materiales para recrear lo que
anhelamos.
Soñar
es poder trasladarse con la mente a lo que parece imposible.
¡Hay tipos de sueños!
Por ejemplo,
en la infancia soñamos con títeres, duendes, y hadas de acero, pero conforme
vamos creciendo, esos sueños también van desapareciendo; ya en la juventud
soñamos con el primer beso, con la primera novia, con el par de zapatos que nos
gusta y queremos, hasta que por fin llegamos a ser adultos, y ahora solo anhelamos
un empleo, ganar dinero, nos ilusionemos con un coche ultimo modelo; y justo en
ese momento la magia se fuga tras el viento de la avaricia, y la memoria se
choca con un panel de hierro. Allí en ese instante los sueños se trizan y nos
convertimos en objetos manipulables, inertes, sin una ráfaga de deseos.
Ahora,
no digo que vivamos en nebulosas, o que siempre nuestros pies estén por encima
del suelo. Lo que quiero explicar es que constantemente nos planteemos sueños,
todos los días al levantarnos pensemos que somos un universo nuevo, y propongámonos
innovar lo que rutinariamente hacemos. Pensando en nuestras condiciones, y
desde allí idealicemos lo que queremos, pongámosle ingenio y creatividad a
nuestro espacio y tiempo, dejemos la monotonía de lado y trabajemos en dirección
a lo que es nuestro, desde nuestro
pecho. No desperdiciemos el tiempo acumulando dinero, coleccionando coches, o
vistiendo versace de color negro. Viajemos, divirtámonos, sonriamos a cada buen
acontecimiento. Algo que no se invierte es el tiempo, y es la única cantidad
que no podemos transformar o quitar de nuestra ecuación vital de sueños.
Yo ya empecé escribiendo lo que pienso, ¡Anda!
Es tu turno, coge una cámara y reporta cada espacio de tus deseos...
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