¿Por qué existe el tiempo? ¿Fue
alguna fuerza suprema la que nos alzó tal muralla, con el fin de estancarnos en
fosas que nos juegan la mente y nos arrancan el alma?
Y es que es el tiempo la cadena y
la condena que orillan nuestra
existencia, es por el tiempo que miles de personas se envuelven en tristezas,
se compran y venden en mercados negros de momentos. Por el tiempo mueren y acecinan
los plebeyos. El tiempo amputa los sueños, intranquiliza las conciencias, es un poderoso estante donde
quedan guardadas solo las más exquisitas ideas.
Cuantos de nosotros hemos sido presa
de este fenómeno sobrehumano, cuantos no hemos caído en la depresión por pensar
en que nuestra vida se corre entre los punteros de un reloj usado, pensar en
que los minutos, en que los segundos, en que los días, los meses y los años se
nos vuelan con el viento, nos causa angustia, nos hace querer retroceder o
detener el tiempo.
En el hombre el tiempo pesa y se convierte
en un embustero, es como la sombra que nos persigue en cada momento, no es
necesario llevar consigo un puntero para saber que avanzamos hacia la hoguera que
nos ata al cuello, no es necesario llevar consigo el compás del tic-tac para
saber que se nos va formando marcas en el pellejo. Paso a paso el cabello se
pinta de un gris cielo, cada vez que parpadeo tras de mí se desencadena una
odisea en secreto, al respirar con el aire
se me van los años, y cuando despierto siento que ya estoy viejo.
Con la joroba el hombre muestra su
trote por la línea del tiempo, con sus pasos secos muestra la experiencia, el
cansancio y las huellas del trajín que lo arrastra al fin de su existencia. Cuantos
no hemos buscado alguna poción mágica que nos alarguen la vida hacia una
eterna, cuantos daríamos todo por prolongar nuestros ideales de ensueño. Pero eso
es el tiempo, una medida incontrolable que nos acaba, que nos sepulta en aquel
frio agujero. Es el verdugo que a todos, sin distinción alguna, nos encierra en
el sótano junto a otros cuerpos.
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